viernes, 26 de diciembre de 2008

Soy el pulmón de Juan...


Vista de un pulmón de fumador y un pulmón sano.

Mi padre era coleccionista de las revistas “Selecciones del Reader’s Digest”( tenía de los años ’20 y ’30! )
A mí me gustaba “leerlas” para ir buscando “material”: éste material era nada menos y nada más que todas aquellas figuras femeninas (pin up) , de los spots de aquellos años que recortaba para jugar como si fueran muñecas. Mutilé más de una revista…Cuando me hice adolescente comencé a leerlas de verdad y aún recuerdo artículos, frases y chistes de ediciones!
Al leer en el blog Nueva Islaperdida la decisión de su autora de dejar de fumar se me ocurrió dedicarle éste artículo que leí como a los once años y gracias a Dios caló hondo en mí. Tal vez, porque la reclamación explicada en primera persona -del pulmón de Juan- tuvo un efecto de empatía. Quizá, si hubiese sido un artículo médico técnico más no me hubiera impactado tanto.
Hubieron sucesivos artículos:”Soy el riñón de Juan”,”Soy la suprarenal de Juan”,etc. A cual de todos más informativo.
He conseguido una parte de él, lo reproduzco porque considero esta expuesto con una claridad y sencillez extraordinaria:


Un vistazo al interior de ese delicado órgano esencial, merecedor de un trato más considerado del que suele recibir.

"Ustedes conocen muchas personas semejantes a Juan. Él tiene 47 años, es próspero y vive feliz con su esposa. Yo soy su pulmón derecho y me corresponde el privilegio de hablar porque soy algo más grande que mi compañero, situado en el lado izquierdo del tórax. Tengo tres lóbulos separados mientras que el otro tiene solo dos. Juan se llevaría una sorpresa si me viera, pues piensa que soy una especie de vejiga vacía de color rosa que cuelga dentro del tórax.
Pero no estoy vacío, si me cortaran presento el aspecto de una esponja para baño y mi color no es rosado. Lo fue cuando Juan fue pequeño. En la actualidad, después de haber consumido un cuarto de millón de cigarrillos y de haberme inflado unos quinientos millones de veces en la contaminada atmósfera de las ciudades, tengo un feo color gris moteado de negro. Peso alrededor de medio kilo.
Como no tengo músculos desempeño un papel pasivo en la respiración. Hay un vacío parcial en mi compartimento; por consiguiente cuando se dilata el tórax de Juan, me dilato yo. Cuando él exhala, yo me desinflo. Se trata simplemente de un mecanismo de retroceso. Si llegara a ocurrir que la pared del tórax se perforara en un accidente, el vacío parcial dejaría de existir y yo quedaría colgando lacio, sin trabajar hasta que se sanara la herida y se volviera a hacer el vacío.
Los órganos más importantes de Juan, sobre todo el corazón, funcionan por control automático. Lo mismo ocurre conmigo, la mayor parte del tiempo, aunque también estoy sujeto al control voluntario de mi amo. De niño, cuando Juan hacía berrinches, en ocasiones contenía la respiración hasta ponerse un poco morado. Su madre se preocupaba aunque sin razón, pues mucho ante que sufriera verdaderos perjuicios, la respiración automática se habría hecho cargo y el pequeño habría comenzado a respirar, aunque no quisiera. La acción automática de mis funciones respiratorias está regulada por el bulbo raquídeo y otros centros cerebrales, el cual detecta de manera instantánea el oxígeno y las descargas de deshechos de anhídrido carbónico. Si la acidez aumenta demasiado, como ocurre cuando Juan hace un ejercicio enérgico, el centro de control me ordena que también haga más profunda la respiración: es lo que llamamos el segundo aliento.
Cuando Juan está sentado necesita unos 16 litros de aire cada minuto; en la marcha, necesita unos 24; en la carrera, unos 50 litros y recostado tranquilamente en una cama sólo 8 litros. El aire que necesito me debe llegar más o menos húmedo y cálido. Para producir ese aire, en el trayecto de unos cuantos cm, se requiere todo un complicado sistema, sobre todo las glándulas que producen mucus en la nariz y garganta, que producen hasta medio litro de secreción diaria para humedecer el aire que respiro. En los días fríos los vasos sanguíneos de las mucosas se encargan de calentar el aire.
Hay una lista interminable de cosas que me pueden causar dificultades. Cada día Juan inhala toda clase de bacterias y virus. La lizosima, es una poderosa enzima presente en la nariz y garganta que detiene estos microbios y los destruye. En mis conductos existen los fagocitos que vigilan a los invasores y los engullen.
Desde luego el aire contaminado es mi peor enemigo. Los demás órganos, viven protegidos; sin embargo para las consecuencias reales, daría lo mismo que yo estuviese fuera del cuerpo de Juan, expuesto a los peligros del ambiente y sus impurezas. Aunque no lo parezca soy muy delicado y es asombroso que pueda sobrevivir obligado como estoy a sufrir la presencia de compuestos como el anhídrido sulfuroso, el benzopireno, el plomo, el bióxido de nitrógeno, etc. La labor de limpieza mayor la llevan a cabo los cilios, pelillos microscópicos que cubren, en cantidad de decenas de millones, todos mis conductos respiratorios. Como trigo al viento, los cilios se agitan hacia atrás y adelante cerca de doce veces por segundo. Moviéndose hacia arriba, empujan los desechos hacia la garganta, donde pueden ser deglutidos por Juan.
Si Juan pudiera observar mis cilios al microscopio, vería que cuando se les arroja humo de cigarrillo o aire muy contaminado, dejan de agitarse y se paralizan durante algún tiempo. De continuar esta irritación por un periodo largo los cilios se debilitan y mueren, sin que los puedan remplazar.
A los treinta años de fumador, Juan ha perdido casi todos los cilios, y las membranas de los conductos que segregan materia mucosa han aumentado tres veces su espesor normal. Él no lo sabe, pero corre el peligro de sofocarse. Si cae en mis sacos de aire demasiada materia mucosa, la respiración cesa tal como si hubieran penetrado en los pulmones varios litros de agua. Lo único que lo salva de ese riesgo es su ruidosa tos de fumador que ha pasado a suplir la función de los cilios. Juan debe tener presente que este es el único mecanismo de limpieza que me queda y deberá guardarse de tomar medicamentos para combatir la tos.
La mayor parte del tiempo Juan me exige que inhale verdaderos desperdicios. Algunas partículas obstruyen mis conductos más pequeños y otras queman mis tejidos. Las frágiles paredes de mis alvéolos pierden elasticidad y no se desinflan como es debido cuando exhalo. El anhídrido carbónico queda retenido en los alvéolos, que dejan de proporcionar oxígeno a la sangre y de tomar los deshechos de anhídrido carbónico. Así sobreviene el enfisema pulmonar, espantoso padecimiento en que cada respiración constituye una lucha para sobrevivir.
Aunque Juan no lo sabe, varios millones de alvéolos míos se hallan en esta situación. Como su capacidad pulmonar es unas 8 veces mayor de lo que necesita para el trabajo sedentario, todavía le queda una reserva suficiente. De esta manera lo estoy poniendo sobre aviso.
Lo más importante, desde luego, es que Juan deje de fumar. Pero si es incapaz de renunciar al cigarrillo, puede ayudarme por otros medios. Existe una pequeña máquina de carbón activado que hace circular el aire y absorbe las substancias químicas que atacan mis tejidos. Si él colocara una en su alcoba y otra en su oficina, yo tendría dieciséis horas de protección cada día.
También le aconsejo que haga más ejercicio y observe un régimen de alimentación más adecuado. El ejercicio me obliga a respirar con mayor profundidad y eso es muy conveniente. En condiciones normales la mejor manera de respirar es hacerlo profundamente. Juan podría practicar la respiración abdominal como lo hacen los cantantes de ópera, que consiste en no inflar el tórax y en dejar caer el diafragma. De este modo el aire penetra hasta el fondo de mis alvéolos.
Además sería útil que Juan empleara en mí ciertos hábitos de limpieza. Que abra la boca y exhale todo el aire que pueda. Luego que frunza los labios y sople: todavía le quedará bastante aire. Si lo hiciera fumando, observaría algo que debería hacerlo reflexionar: de sus labios fruncidos saldría humo que en condiciones normales, quedaría encerrado, estancándose en el interior.
Todo se resume en lo siguiente: En su mayoría los órganos vecinos míos pueden soportar sin quejas un trato muy rudo. Por desgracia este no es mi caso. La naturaleza no me ha dotado de todos los medios de protección que necesito para vivir en el mundo de hoy. Por eso han adquirido proporciones de epidemia una serie de enfermedades de los pulmones. ¡Presta atención Juan!..."

Tomado de J.D.Ratcliff, Selecciones del Readers's Digest, Abril 1983.

Dedicado a Alicia, y a las muchas Alicias y Juanes, a papá, hermanas Jeannette y Jackeline y amigas/os Ana, Eva, Vanesa, Ramón...



Enlaces:

Enfermedades respiratorias

Tabaco y cáncer

Fotos



Fumador artificial que consiste en absorver los componentes de 400 cigarros.

6 comentarios:

Alicia Cañellas dijo...

Bufff... que post más duro!! Cada vez me alegro más de haber dejado de fumar... espero que me dure durante muuuchoooo tiempooo la abstinencia al tabaco...
Por cierto!! Hoy en mi blog he incluido un post especial que explica porqué lo he dejado :-)
Besotes! Cuídate y... Buena entrada de Año!!!

Adán dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Adán dijo...

Leyendo este post he comprendido cosas que no he sabido ni cuando estudiaba en clase, y lo he reenviado para que algunos seres queridos lo lean.

Muchas gracias por compartirlo con todos, un saludo!!

jose giambruno dijo...

Por casualidad tenes el de "Soy la nariz de Juan>>", que me interesa para difundir+

Carola dijo...

Muchas gracias por compartirlo. Lo leí en un viejo ejemplar de la revista selecciones del Readers Digest que era de mi abuela a los 13 años y quedé tan inpactada que nunca me llevé a la boca un cigarrillo. Hoy, ya pasados 24 años lo he buscado para compartirlo con un amigo que intenta dejar de fumar.
Felicidades y éxitos a los que tienen la fuerza de voluntad para abandonar esta adicción.

Roberto Guerrero. dijo...

Gracias por compartirlo, me tocó leer un fragmento en la ENSY, al estudiar la licenciatura, gracias