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De un tiempo en el que éramos felices y no lo sabíamos...La ausencia de cosas nos impedía verla, la escasez la proporcionaba y atraparla sólo dependía de nosotros. La felicidad, cuando la vida era sepia, se alcanzaba desde los ojos de los niños, de ¡aquellos niños! Niños impermeables, capaces de sudar, sangrar, caminar sin ser "disueltos" por la lluvia. Niños con piel de pantalón corto, pero larga imaginación, capaz de convertir un perro en lobo; una caja, en cabaña; una roca, en castillo; y un niño, en rey. Reyes de pocas pertenencias: chocolatina quincenal, herida de rodilla, linterna, ortiga, goma, chapa de botella, piojo, palo, rotura de ventana, robo de fruta, lanzmieno de zapatilla materna...El niño habilis. Verano eterno. Olor a tierra mojada en septiembre. Recuerdos de color sepia. Monocromo. Como el chocolate, amargo, pero dulce. Gérmenes familiares, suciedad protectora, espacio, tiempo, imaginación. Un lugar, un pintor, un lienzo, un color...el sepia. La base de cualquier paleta, la base de cualquier cuadro, la base de cualquier vida.
-Xoan Diéguez Vázquez (La Coruña)
Foto: Melissa DeGroot
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